Extraños.

Seco mis lágrimas con servilletas de bar.

Son ásperas. Aunque ni el más suave de los pañuelos sería mejor.

Es raro llorar delante de extraños: te miran. Curiosos, extrañados, todos incómodos. Fugaces miradas ajenas que quieren preguntar – “¿Qué te pasa?”, pero sólo lo hacen en silencio.

Para ellos un gesto accidental.

Para mí anónimamente aliviador.

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