La velada.

Empieza la velada, nos sentamos cara a cara. No importan los motivos que nos han llevado hasta aquí.

El espacio es pequeño, y algo ruidoso. Las mesas colindantes están ocupadas por habitantes de  una escena y un momento que quizá luego olvidaremos.

Nos envuelven conversaciones desiguales: algunas románticas encapsuladas en pocos centímetros, otras apasionadas que se comparten generosas, otras disgustadas que evitan las miradas directas. Y entre todas la nuestra que disputa otra batalla.

También se escuchan pensamientos encerrados, como los míos, intentando adivinar detrás de tus gestos y tus palabras, y generan más ruido en mi cabeza que el que se oye alrededor de la mesa.

El momento se va alargando implacable, desparramado en copas y frases y algunas caricias silenciosas que no sabemos interpretar. Nos servimos otra copa de vino. El episodio va variando de tonalidad, sensual, como si cambiaran las estaciones en torno a nosotros, se relevan las personas, mudan las conversaciones, se suceden las historias alrededor. Y la nuestra, ausente, lleva su propio ritmo marcado por latidos, y ahora estamos tan cerca que no sé si son los tuyos o son los míos. Fantaseo con que siguen el mismo compás.

No importa qué nos ha llevado hasta este momento ni dónde vayamos después ni si es principio o es final.

Lo que importa es que estamos aquí.

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